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La carne de conejo es un manjar apreciado por su ternura, ligereza y bajo contenido calórico. Es especialmente apreciada por quienes siguen una dieta sana y quienes prefieren platos refinados pero sin complicaciones. Una de las mejores maneras de realzar el sabor del conejo es estofarlo en una salsa de nata agria, aderezada con hierbas aromáticas y una gota de vino blanco.
El secreto del éxito de un plato empieza con el adobo. La carcasa del conejo requiere un enfoque especial: antes de cocinarlo, debe remojarse en agua acidulada con zumo de limón, vinagre de vino y romero fresco. Este adobo no sólo elimina posibles olores específicos, sino que también aporta a la carne suavidad y sabor picante.
Tras el marinado, el conejo debe cortarse en trozos grandes y freírse hasta que esté dorado. Esto es importante: así se sellan los jugos del interior de la carne y ésta no pierde su jugosidad. Se asa añadiendo ajo aromático, que luego se retira, dejando un rico aceite.
Las cebollas, ligeramente caramelizadas en la misma sartén, junto con el vino blanco, complementan el sabor del plato, aportándole ligeras notas de vino. Todo esto se transfiere a la carne, y comienza el proceso de guisado lento bajo una tapa. Debido al jugo que suelta, el conejo se va ablandando poco a poco, saturándose del sabor de las verduras y las especias.
El toque final es la salsa de nata agria. Se puede enriquecer con el jugo de la cocción, sal, pimienta y las hierbas secas preferidas. La salsa se vierte sobre la carne y se mete en el horno para que se cueza y se cubra de una delicada costra rojiza. La combinación de nata agria y horno hace que la textura del plato sea realmente cremosa y aterciopelada.
El conejo a la crema agria es un plato universal. Se puede servir con puré de patatas, verduras asadas o arroz. No sólo gustará por su sabor, sino que también decorará cualquier mesa, ya sea una cena familiar o un banquete festivo.
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